lunes, 21 de julio de 2008

Martes de guitarreadas

Geiner Bonilla Ruiz

domingo@laprensa.com.ni


Me dijeron que en estas tertulias abundaba la música y los chiles; que las guitarras y la comida tenían presencia obligatoria. Reunir en un solo punto a la crema y nata de la música nacional, sobre todo si es en un ambiente más cotidiano, debe ser algo bastante interesante, pensé.

Debo confesar que me he declarado fanático de la voz de Norma Helena; esto y la curiosidad de saber de qué hablan los artistas cuando no están en un concierto, me motivaron a visitar la casa de don Carlos “Chale” Mántica, donde tienen lugar las legendarias guitarreadas, que en sus inicios lograron juntar a personalidades de la música y las letras como Pablo Antonio Cuadra, Luis Rocha o Pedro Joaquín Chamorro.

La idea se ha mantenido por más de treinta años. Llegan, hablan, comen y cantan hasta que la madrugada los sorprenda.

Llegamos después de las siete de la noche. El cantautor Juan Solórzano nos guió hasta una amplia terraza decorada con lo que parecía ser cerámica precolombina. Al frente una piscina que seguro servía para ahogar el aburrimiento de los fines de semana.

En las sillas, acomodadas de manera circular, estaban don Chale Mántica, sus hijos y sus nietos; el doctor César Ramírez, Juan Solórzano, Carlos Mejía Godoy y un grupo de jóvenes. Todos hombres, el toque femenino lo puso la esposa de Mejía. Parecía una reunión familiar y yo un intruso que violaba su privacidad.

En una mesa de centro había bocas al escoger: elotes cocidos, yoltamal con crema, tajadas verdes, cerdo frito, pico de gallo y chimichurri. Más lejos, en una mesa que parecía exclusiva de don Chale, una botella de tequila “Don Julio”.

Escuché a Carlos Mejía hablando del taller Cadena Reventada y de inmediato comenzaron a recitar cuanto rótulo se les viniera a la mente. Como el del Molino “Los Pollo” o aquel señor que escribió “Se vende tortiya”, para atraer más clientes.

—Ve, Geiner, aquí no hay agenda, se habla de todo. Todo es espontáneo; es una tertulia nica —recalcó Juan.

Yo sólo sonreía. Creo que me faltó confianza para incluirme en la conversación. Me limité a escuchar. La plática luego se volcó a las raíces náhuatl de algunas palabras.

Frente a mis narices pasó una bandeja rebosante de tostones y frijoles.

—Éstos son frijoles a la Putanesca —dijo don Chale.

—Ala, será porque cuando te los comés decís ¡A la puta... qué rico! —agregó Mejía, soltando una carcajada.

Después llegó una bandeja con salchichas. “Son chorizos argentinos”, aclaró el anfitrión, como para dejar en claro la calidad de la comida.

La música nunca llegaba, pero los chistes me comenzaron a divertir.

—¿Siempre son ustedes los que se reúnen? —pregunté

—Hoy vinieron de mala suerte, porque no está la Norma Helena, que nunca falla. Está con su papá en el hospital (...) tampoco ha venido Milceades, el de Los Juglares —dijo don César.

—¿Y qué es lo que acostumbran hacer? Todos se ven con una mirada de complicidad.

—Aquí se come, se canta y se platica. A veces sólo se canta. A veces sólo se platica, como hoy... Y a veces sólo se come —explicó Carlos Mántica. Cerca de las diez llegó Milceades, que fue recibido con una lluvia de aplausos.

Luego vinieron recuerdos de la vieja Managua y anécdotas que fueron la semilla de varias de las canciones que hoy escuchamos en los conciertos. Todos explicaron que estas guitarreadas son el fogón donde se cocinan las próximas canciones, y en los inicios de las mismas fue que se musicalizó Cantos de Cifar de Pablo Antonio Cuadra.

Después de un breve silencio, donde al parecer nadie sabía qué decir, Juan comenzó a rasgar tímidamente la guitarra. Don César Ramírez comenzó a cantar “Dos amores teeengooo... que adoooornan mi estaaaancia...” Luego se le unió Carlos, también don Chale y al final todos entonaron la única canción que sonó en la noche.

—Lástima que no traje mi acordeón —se lamentó Mejía. “Será en la otra”.

Ya habían pasado las diez de la noche, tenía ganas de irme a dormir y me despedí de todos. Aunque no encontré el son nica que buscaba, encontré su cuna; y también conocí el futuro de Pancho Madrigal. Ah, tampoco oí cantar a Norma Helena. Bueno, tal vez llega el próximo martes.

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